La muerte es el paso próximo de la vida, es el devenir sin más vacilaciones. Uno pone obstáculos para distanciarse de ella, pero siempre está ahí. Al acecho, y se cuela en algunos pensamientos inoportunos. Nunca está ni más cerca ni más lejos, está siempre en el mismo sitio. Que no la hagamos presente en nosotros es otra historia.
Cuando alguien muere, no deja de hacer algo que ya estaba pautado en su vida. Como un contrato de antemano.
A los vivos les cuesta entenderlo. Aceptarlo, asimilarlo. Siguen enganchados en los porque.
Si la muerte fue trágica, peor. Más les cuesta soltarlo, es como que no comprendieran que este desenlace ya estaba escrito.
Y viven aferrados a algo que se fue.
La vida no consiste en aferrarse a lo pasado. Consiste en soltar, en dejar fluir. En dejar que las cosas sigan su curso, en seguir la vida.
Uno no puede estar eternamente llorando un muerto, porque está llorando un cuerpo que ya paso de plano, que aunque lloremos un río no va a regresar, no por lo menos en la misma forma.
Que por más estados de facebook, de twitter que pongamos, esa persona no la va a leer. Que los mensajes que ponemos, las fotos que guardamos, son para los vivos que caminan al lado nuestro todos los días, y que también tienen fecha de vencimiento.
Hablarle a un muerto es una absoluta y total pérdida de tiempo. A lo sumo conversaremos con nuestra conciencia, y será la que nos diga que de una manera u otra "fulanito" nos está hablando a través de los sueños. Es una manera de homenajearlo, seguir nuestra vida, seguir viviendo. Si uno se estanca, pierde.
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